Lo hago sabiendo que el cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Ningún discurso por su cuenta puede acabar con años de desconfianza, ni puedo en el tiempo que tengo contestar todas las preguntas complejas que nos han traído a este momento. Pero estoy convencido que para progresar, debemos decir abiertamente lo que pensamos, y demasiadas veces, eso se dice solamente detrás de puertas cerradas. Debe haber un esfuerzo sostenido de escucharnos unos a los otros, de aprender unos de otros; de respetarnos unos a los otros, y de buscar terreno común. Como nos dice el Sagrado Corán, “Tengan conciencia de Dios y digan siempre la verdad”. Eso es lo que trataré de hacer: decir la verdad de la manera más clara posible, reconociendo humildemente la tarea que nos queda por delante, con la firme convicción de que los intereses que compartimos como seres humanos son mucho más poderosos que las fuerzas que nos dividen.
Sé que hay muchos, musulmanes y no-musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este nuevo comienzo. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.
Todos nosotros compartimos este mundo sólo por un breve periodo. El asunto es si vamos a pasar este tiempo centrados en lo que nos separa o si nos comprometeremos a realizar un esfuerzo –un esfuerzo sostenido– con el fin de encontrar terreno común, de concentrarnos en el futuro que queremos para nuestros hijos y de respetar la dignidad de todos los seres humanos.
Es más fácil comenzar guerras que llevarlas a su fin. Es más fácil culpar a otros que mirar hacia adentro, ver las diferencias en los demás que las semejanzas. Pero debemos escoger el camino correcto, no el camino fácil. También hay una regla central en toda religión: Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado. Esta verdad trasciende naciones y pueblos, y no es una convicción nueva; no es negra ni blanca ni morena; no es cristiana ni musulmana ni judía. Es una creencia que latía en los orígenes de la civilización y que aún late en el corazón de miles de millones. Es la fe en los demás, y es lo que me trajo hoy aquí.
Tenemos el poder de crear el mundo que queremos, pero sólo si tenemos la valentía de crear un nuevo comienzo, teniendo en mente lo que está escrito.
El Sagrado Corán nos dice, “O humanidad! Los hemos creado hombres y mujeres, y los hemos agrupado en naciones y tribus con tal de que se conozcan el uno al otro”.
El Talmud nos dice: “Todo el Tora tiene como propósito promover la paz”.
La Santa Biblia nos dice, “Benditos los que promueven la paz; ellos se llamarán hijos de Dios”.
Los pueblos del mundo pueden vivir juntos y en paz. Sabemos que ésa es la visión de Dios. Ahora, ésa debe ser nuestra labor aquí en la Tierra. Gracias. Y que la paz de Dios esté con ustedes.
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